Nota original en La Nación (Costa Rica), por Natasha Cambronero. Fotografía por Jeffrey Zamora
- Centenares de migrantes regresan a Costa Rica tras fallidos intentos y luego de pagar hasta $1.300 a coyotes
- Traficantes los abandonan en selva nicaragüense tras viajes por tierra o mar
- Caribeños sufren abusos en lugares inhóspitos y optar por entregarse a policías
17 de octubre, 2016 - La Cruz, Guanacaste
La haitiana Mary Boyer, de 36 años, salió de Peñas Blancas hacia Nicaragua el sábado 9 de octubre, a las 11 p. m., como parte de un grupo de 15 adultos y cuatro niños que iba a cruzar suelo nicaragüense a pie, guiados por un coyote al que le pagaron $800 cada uno (casi ¢450.000).
Se encontraron detrás del albergue clandestino que los migrantes montaron en el parqueo de la empresa de autobuses Deldú, a menos de un kilómetro de la frontera. De ahí, caminaron ocho horas y media y pasaron un río en medio de la selva.
Cuando ya era de día, el traficante de personas los subió a un autobús con otra persona y los dejó.
El bus se adentró en un camino por el monte. Tras un breve recorrido de unos cinco minutos, el chofer los bajó del automotor. Les dijo que otro coyote iría a recogerlos.
Esa persona nunca llegó, mas si llegaron casi inmediatamente tres hombres armados con pistolas y machetes que los tiraron al piso y los despojaron de todas sus pertenencias, como dinero, teléfonos, zapatos, bolsos y ropa.
Mary Boyer cuenta que a algunos quedaron desnudos y que a ella la registraron de “una forma indecorosa”. Afirma que uno de los asaltantes le metió los dedos en la vagina para descartar que ocultara algo adentro.
Cuando los delincuentes se fueron, los migrantes haitianos caminaron en busca de la policía nicaragüense, para que los devolvieran a Costa Rica en un camión de Migración.
Ella lleva 15 días en Costa Rica y no sabe cuándo se irá, pues ya no tiene dinero para pagarle a otro coyote. Ahora espera hasta que su familia y amigos en Haití le puedan enviar dinero para poder seguir el recorrido a Estados Unidos.
No obstante, lamenta que el huracán Matthew destruyó la vivienda de sus familiares en Haití y ahora ellos duermen a la intemperie.
Ahora, ella está en el albergue que el Gobierno de Costa Rica instaló en el cantón guanacasteco de La Cruz, en el cruce de Santa Cecilia, a 15 minutos de la frontera. Tanto allí, como en el albergue oficial de El Jobo y en el clandestino del parqueo Deldú, historias como la de Boyer son pan de cada día.
En El Jobo, ante la visita de una periodista de La Nación, decenas tomaron desesperados la libreta de la reportera y apuntaron sus nombres con los montos que perdieron pagando a coyotes por viajes con un común denominador: los dejaron solos en algún punto inhóspito de la selva nicaragüense.
Thomas Kenvens: $1450 (¢812.000); Papito Delinx Bernard: tres veces lo estafaron con $1.400 (¢784.000), por ejemplo.
Por mar o por tierra. Los haitianos emprenden esta travesía por tierra o por mar. Incluso, cruzan la frontera a escasos metros de donde se ubican las autoridades migratorias de Costa Rica y Nicaragua.
Casi todos optan por cruzar Nicaragua con la ayuda de los coyotes, quienes cobran entre $700 y $1.300 (entre ¢392.000 y ¢728.000).
Por lo general, lo hacen de noche, en grupos de entre 20 y hasta 160 personas.
Según los migrantes, los coyotes llegan a buscarlos principalmente al parqueo Deldú.
Haitianos consultados por este medio aseguran que tanto costarricenses como nicaragüenses se dedican a ese negocio del tráfico de personas e, incluso, hay haitianos que se encargan de hacer los contactos.
“A mí me contactó un señor Rafael que vive en La Cruz, tiene esposa e hijos grandes”, reveló entre español y francés, Johnson Alcoime, otro haitiano, a quien los coyotes lo estafaron con $450 (¢252.000).
Roseleine Bilem estuvo tres días perdida junto a sus dos hijos en la selva de Nicaragua. Un coyote los dejó tirados en ese lugar, con el compromiso de que otro hombre llegaría a recogerlos para llevarlos a pie hasta Honduras y, así, poder continuar el peregrinaje hasta Estados Unidos. Esa persona nunca llegó.
Cansada, sin comida, ni agua, con 72 horas sin dormir por las picaduras de mosquitos, sin conocer su paradero exacto y ante el temor de ser asaltada o violada —como le pasó a otras conocidas suyas— decidió salir a una calle pública y entregarse a la policía de ese país.
De nada sirvió el viaje nocturno de poco más de seis horas en lancha desde Costa Rica y los $2.400 (¢1.344.000) que le pagó al coyote por el fallido intento de atravesar Nicaragua, de forma ilegal, ella y sus hijos.
Los policías nicaragüenses que la detuvieron junto a sus hijos Rosi y Gabenson, de 18 y nueve años, no los golpearon, ni los reprimieron. Solo los montaron en un camión migratorio y los llevaron a pocos metros del puesto fronterizo de Peñas Blancas, para que regresaran caminando a Costa Rica.
Ese recorrido de vuelta no lo hicieron solos, también iban varias decenas de migrantes irregulares, casi todos haitianos, como ella y sus hijos, quienes también fueron engañados y estafados por los coyotes.
Ahora Roseleine y sus dos hijos se instalaron, entonces, en el albergue del Gobierno en el cruce de Santa Cecilia, junto a más de 500 migrantes, de los cuales un centenar son niños. Hay decenas de embarazadas, también.
Cientos de haitianos y uno que otro africano y asiático, están afincados en la frontera norte del país, con un único objetivo en mente: llegar a Estados Unidos, cueste lo cueste.
Las autoridades migratorias calculan que el país hay unos 2.000 migrantes haitianos y extracontinentales y, que desde abril, otros 10.000 han ido saliendo poco a poco.
En opinión de los migrantes, cruzar ilegalmente es la única alternativa que tienen para continuar su peregrinaje hasta Estados Unidos, luego de que Nicaragua cerró sus fronteras en noviembre del 2015, cuando se generó la oleada de cubanos.
Volver a Haití no es una opción, más ahora, después de la devastación que causó el huracán Matthew en ese país, donde se reportan al menos 546 muertos.
“No tenemos otra opción. Para pasar por Nicaragua tenemos que pagarle a un guía (coyote). ¿Si no qué hacemos? Nosotros no nos queremos quedarnos aquí”, cuestionó iracundo Renald Joseph, de 44 años, un electricista haitiano, quien tenía más de dos años de vivir en Brasil, donde se quedó sin trabajo.
Sin opciones. La viceministra de Gobernación, Carmen Muñoz, asegura que el Gobierno carece de armas para impedir que los haitianos se vayan con los coyotes y que la prioridad es que, durante el tiempo en que estén en suelo costarricense, lo hagan en condiciones humanitarias. Por eso se habilitaron dos albergues en La Cruz y se les otorga un permiso de tránsito temporal, de por hasta 50 días, para que puedan transitar legalmente por el país.
“Hay que entender la voluntad del migrante, esa decisión que esta persona ha tomado de movilizarse a EE. UU. independientemente de en qué circunstancias (…). La determinación de ellos para migrar es muy fuerte. El país sigue y no abandona la obligación y el derecho de ejercer un control de seguridad para desarticular esas bandas (de coyotes)”.
“De abril a la fecha hemos registrado alrededor de 12.000 personas migrantes, difícilmente el Estado costarricense podrá poner un policía a la par de cada uno de ellos para evitar que entre en contacto con un coyote o para que no abandonen los albergues en la noche”, declaró la viceministra.
Al tiempo, Muñoz descarta la implementación de un plan de movilidad similar al que ocurrió con los cubanos, quienes se saltaron el territorio nicaragüense por aire, tras un acuerdo entre los países centroamericanos (menos Nicaragua) y México.
“No hay esa posibilidad, no hay una voluntad, una disposición de ningún gobierno de aquí para arriba de facilitar formalmente el tránsito”, añadió la jerarca de Gobernación.
Víctimas constantes. Joel Marc ha topado con peor suerte que algunos de sus compatriotas. Este albañil de 43 años ha fracaso en cuatro oportunidades en atravesar Nicaragua de mano de un coyote.
“En las cuatro ocasiones me agarró la policía de allá y me dicen ‘vaya para atrás, de aquí no pasa’. Ellos solamente no dejan pasar, pero nunca me trataron mal”, cuenta Marc, quien asegura que en una oportunidad estuvo a cinco minutos de llegar a Honduras.
Según su relato, si bien la población nicaragüense tiene intención de ayudarlos, muchos no lo hacen ante el temor de una represalia por parte del gobierno de Daniel Ortega.
“Algunas personas nos dicen: ‘vean de corazón nosotros quisiéramos ayudarlos, pero vamos a tener problemas con la policía, hasta ocho años de prisión podemos tener’. Nosotros lo entendemos. A veces bebemos agua en el río o de donde los animales pasan, dejan un pozo y ahí tomamos”, añadió Marc, quien dejó a sus cuatro hijos y esposa en Haití.
Al igual que Marc, Odna Desulka también pernota en el albergue clandestino Deldú. A ella también la estafó un coyote. En medio de la selva tuvo que huir de la policía nicaragüense, prueba de ello, es una cortada que lleva en la planta del pie izquierdo, la cual se hizo en la huída.
De nada le sirvió correr, ni esconderse, al final tuvo que entregarse para regresar Costa Rica, ante la falta de comida y agua.
Ella relata que otra de las mujeres que iba en el grupo debió suspender la caminata antes y debió ser trasladada a un hospital en Guanacaste, porque había sufrido un aborto.
Sin trabajo. Miles de estos haitianos trabajaban en Brasil y decidieron abandonar ese país en los últimos seis meses para ir en busca del sueño americano.
Si bien en la nación suramericana gozaban de un estatus de protección temporal tras el devastador terremoto de 2010, recientemente allí comenzaron a mermar los empleos, pues muchos estaban ligados con las obras de los Juegos Olímpicos que recién concluyeron y anteriormente, a las del mundial de fútbol, del 2014.
Ahora migran principalmente hacia Argentina, Chile y Estados Unidos (el último de estos tres países ofrece un trato migratorio similar al de Brasil).